sábado, 28 de julio de 2012

Papá, mamá y su relación con el arte

No fue envidia. Tampoco lo hizo para contrariarme. Probablemente le pareció que tuve una idea tan buena que no pudo evitar imitarme, aunque no contara con mis mismas dotes naturales.
Recuerdo perfectamente esa tarde. Mi papá llegó del trabajo, vio mis dibujos en la pared y se quedó con la boca abierta. Obnubilado. Totalmente sobrecogido. Sobresaltado. ¡Idioma español! ¡Necesito más adjetivos para poder describir acertadamente el estado de este ser humano!. ¿Qué hago? ¿Los creo?  Porque de eso se trataba: de una creación y una reacción ante esa creación, algo nuevo que necesitaba de nuevas palabras.
Y fue por eso que mi papá también decidió pintar la pared.
Lo primero que dijo después de ver mi obra es que tenía que hacer mis “manchas” sobre papel. Lo comprendo. Estaba tan orgulloso que seguramente quería mostrarles mis dibujos a todos sus amigos, pero una pared es difícil de transportar. Mi mamá estuvo de acuerdo, pero  cuestionó el uso del término “manchas”. Les explico: seguramente mi papá pensaba que mi ilustración se podía enrolar dentro de la corriente impresionista. Pero mi mamá no creía eso. Y yo tampoco. Mis cuadros no se parecen en nada a los de Manet. Yo tengo mi propio estilo.
Creo que mamá se acercaba más al definir mi método como “trazos”. Valiéndose de la fenomenología de Husserl argumentó  que  cada objeto ofrece una multiplicidad de caras según el lugar desde el cual es observado y que, por tanto, el dibujo de un rostro visto de frente es menos representativo que veinte trazos dibujados al azar. Que esos trazos azarosos pueden representar mucho mejor la infinita simultaneidad de caras que un objeto brinda. Y que por tanto se acercan mucho más a la realidad.
Mi papá le contestó que la realidad realidad era que yo había pintado la pared.
Mi mamá le preguntó quién podía saber como era la realidad y eso en el caso de que la hubiera. Para darle un ejemplo le contó de un hombre que le sugirió a Picasso que pintara a su esposa porque era muy linda y le dijó “acá está” tendiéndole una fotografía. Picasso la miró y le dijo que pensaba que no era para nada linda. Dijo: “ es demasiado baja y demasiado delgada”. Claro, la fotografía medía cinco centímetros de alto y tenía un espesor de un milímetro.
Después de la anécdota de Picasso mi mamá le dijo a mi papá que definitivamente ni él ni nadie podían decir cómo eran realmente las cosas. Que todo era relativo (incluso lo relativo mismo). Que primero había que demostrar que había cosas.  Y la cosa, perdón, algo que podía o no ser cosa, se puso bastante revuelta. Mi papá trató a mi mamá de mente abstrusa. Mi  mamá trató a mi papá de mente poco abstracta y de demasiado figurativo.  La conversación se acercaba al caos originario. Pero reflexionando entendí porque se hablaban con tanta vehemencia. El arte suscita un montón  de emociones.
Días más tarde mi papá se apareció con una lata de 20 litros de pintura cremita. Me pareció muy aburrido. Con tan poca creatividad y la técnica del rodillo de un solo color difícilmente iba a lograr formar parte de los grandes maestros… Pero no le dije nada. No quería herir sus sentimientos…
                                           Mi papá y yo. Un equipo.

                                           Ayudando a mi papá. En acción. 

Pese a que no le veo muchas posibilidades en el mundo de las artes plásticas, lo quiero mucho.

                                           Una de mis obras. No está a la venta.