lunes, 17 de febrero de 2014

Atame

Desde que aprendí a hacer nudos, todas las cosas parecen decirme: ¡átame!
Me encanta hacer nudos, especialmente porque los nudos tienen mucha entidad en nuestra sociedad. Está el nudo de marinero, el nudo de cirujano y también el nudo de corbata. Y también está la Virgen desatanudos....  

Mucho antes de saber hacer nudos, allá por la época que creció mi mamá, hubo una gran inundación. No, no fue la época del diluvio universal, sino durante el gobierno de Alfonsín en Argentina. Si le preguntan al 99 % de los argentinos con que asocian a Alfonsín, seguramente dirán: "Con el regreso de la democracia". Pero si le preguntan a mi mama, seguramente les va a decir: "Con agua, mucha agua".
En los noticieros no se hablaba de otra cosa que no fuera la crecida de los ríos y mamá estaba preocupada. Empezó a calcular la altitud de la casa con respecto al cordón de la vereda y su pregunta más frecuente pasó a ser: ¿Esto flota o no flota?". Comenzó a clasificar su mundo en cosas que flotaban y cosas que no flotaban. Tomó conciencia de que cosas "se salvarían" en caso de catástrofe y que cosas no. Y de a poquito empezó a despedirde de las cosas que se hundirían... 
Y su primer acercamiento al realismo mágico latinoamericano fue la imagen televisiva de un hombre en el techo de su casa con un televisor y una heladera...
Fue en ese momento, en que todas las ciudades podían ser Venecia , que mamá decidió atar las sillas en las que estaban charlando las visitas que había ido a su casa. Pero alguien se tropezó y todos se enojaron muchísimo con ella. Ella trató de explicarles que, si se inundaba, cada silla navegaría hacía un lugar distinto y no podrían seguir charlando, que lo hizo para ayudar... Pero nadie siquiera la escuchó... Mamá se quedó con un sentimiento de dolor, indignación, con una impresión de injusticia. Ni siquiera tenía un nombre para esa nueva sensación que experimentaba y quizás parte de esa desazón se debiera a la ausencia de nombre. 

Mientras yo recordaba sus recuerdos, mama iba y venía muy suelta de cuerpo. Para allá con los platos, para acá con un trapito... Entonces se lo dije:

- Mamá, ¿Te puedo atar?

Mamá soltó una carcajada.

- Si vos y Helena ya me tienen atada_ me dijo. De pies y manos. Y desde hace rato.

 
 
 
Atando cosas. Helena, a lo lejos, hacienda de las suyas. Mamá se tropezó varias veces con mis piolines, pero siempre conservó una sonrisa comprensiva.