Papá
repite: tenés que entrenar a las nenas, tenés que entrenar a las nenas.No
pueden ser que estén como ballenatos frente la tele o jugando con la tablet
mientras vos barrés, lavas los platos y los secas. Si estuvieran estudiando, te
acepto que no ayuden en nada. Pero están tiradas, sin hacer nada útil.
O en
esta otra versión más reducida: si se
acostumbran a no hacer nada, después van a tener problemas con el marido o con
quienes convivan. Hay que entrenarlas.
Mamá se
niega a entrenarnos, al menos en ese término. A mamá le desagrada la palabra “entrenar”.
Le parece apropiada solamente para el gimnasio o el ejército.
Y nosotras
nos resistimos. Desconfiamos de la dicha de ser hacendosas. Es lindo ver a mamá
lavando los platos y a papá secarlos, verlo de reojo mientras miramos
tranquilas la tele. Erasmo escribió Elogio
de la locura, Eloy Martínez, Elogio
de la culpa y Hele y yo vamos a escribir Elogio del ocio, seguramente de ahí surgieron los mayores logros de
la humanidad aunque papá no lo crea.
Quizás
por eso nos sorprendió a todos cuando Hele dejó de mirar la tele, se levantó,
agarró un repasador con decisión, fue derechito a la cocina y le dijo a papá
muy seria: - “Mamá no tiene que hacer nada. Vos tenés que hacer todo y además
darle mucha plata”. Y volvió a seguir mirando la tele.
Papá y
mamá se miraron. No se dijeron nada. Pero si los ojos de mamá hablaran, seguramente
le hubieran dicho: “¿Viste como las entreno?”.