Ya desde que estaba en la panza mi papá amenazaba. Sus palabras me retumbaban en los oídos. Por suerte eran solo flatus vocis
Les cuento: repetía y reiteraba que, cuando naciera, yo iba a ocupar mi lugar y solamente mi lugar. Según afirmaba, él me iba a poner en mi sitio y no me iba a dejar salir de ahí. Dio un ejemplo bastante claro: yo iba a tener mi cuna e iba a tener que dormir ahí. Nada de dormir con papá y / o mamá y mucho menos en brazos.
Dadas las circunstancias no es de extrañar que no quisiera salir de la panza y me decidiera a salir solamente a eso de las ocho de la mañana de un domingo de Pascua, horas antes de la fecha de inducción del parto donde tenían planeado hacerme salir o salir...
Una vez en el afuera, luego del llanto de rigor y pese a encontrarme en un ambiente que me resultaba totalmente desconocido, decidí hacer un esfuerzo, el primer esfuerzo de mi corta vida, para ser yo la que pusiera a papá en su puesto. Tenía que ser firme. Para encarar la tarea con las energías necesarias destiné la tarde a dormir.
A la noche mi papá me puso a dormir en la cuna del hospital tal como tenía planeado. Entonces yo puse en marcha mi plan: me puse a llorar con toda la fuerza de mis pulmones y con todo el desconsuelo que pude imaginar. Después de pensarlo (en realidad lo pensó solamente unos segundos) mi papá ya me estaba acunando en sus brazos. Y como estaba muy cansando finalmente me llevo a dormir con él.
¡Qué sorpresa la de mi mamá cuando, la mañana siguiente, vio a mi papá durmiendo en un 5 % de la cama y a mí cómodamente estirada en el 95 % restante y con una sonrisa de triunfo :).
¿Cómo no sonreír? Había ganado mi primera batalla.
Camila
Mi papá, aprendiendo que acunarme es la forma correcta de hacerme dormir.
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